Han pasado unas semanas desde este viaje, del que todos guardamos un especial recuerdo. Es viernes, empieza la tarde en Madrid, pero la furgoneta ya está en la carretera y acortándole minutos al sol. Rumbo Levante. Aprovechamos los primeros días de buen tiempo en la casa de Edu, en Benicasim. Después de una cena rápida y algunos juegos de mesa ya estábamos en el sobre, preparados para el día siguiente, que empezaba más pronto que nunca.

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6:30. ¿Se puede saber quién ha puesto el despertador a esa hora tan infernal? No hacen falta respuestas. Uno que salta y se calza las chanclas a toda prisa, otro que corre a por su toalla y alguno que no puede dar un paso sin llevarse algo al estómago. Todos en la calle diez minutos después, con un cielo encima que pasa de azul oscuro a naranja de forma casi imperceptible mientras nos acercamos al mar.

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El baño siguió por la tarde, pero antes fuimos a echar un airsoft a una aldea abandonada en el Desierto de las Palmas. Desde donde, por cierto, hay muy buenas vistas de la playa. Aprovechamos un mirador en el camino para congelar el instante.

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Aún nos quedaron fuerzas para ir a la casa de los primos de Álvaro, que nos invitaron a una merienda. Llegamos al pueblo para la Misa y unos minutos más tarde estábamos despidiendo al mismo sol al que desperezamos por la mañana. Nos quedaban unas horas en el paraíso y no las desaprovechamos: cena de pizzas, película y vuelta a empezar. El sol nos volvió a encontrar en el agua al día siguiente.

 

Y así, en dos fotografías más se resume el plan. El que tuvo fuerzas para escalar un árbol…

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… acabó recuperando sueño en el viaje de vuelta.

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