Dos banderas que defender, una base que asaltar, humo, ruido y barricadas. Munición, mucha munición y armas de diverso calibre. Los pasillos y las salas del club, que poco antes fueron testigos de una charla amistosa se tornaron en campo de batalla para catorce soldados.
Los médicos tuvieron que ingeniárselas para salvar a la ingente cantidad de heridos que se apilaban en el largo pasillo. Las órdenes de los capitanes se hacían ininteligibles en el fragor de la batalla y las trincheras se convirtieron en un sólido refugio frente a la metralla enemiga. Al final todo quedó en tablas. El ejército azul y el rojo firmaron la paz tras dos horas de guerra sin cuartel.