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La cosa no tiene más misterio. Una tarde primaveral, ocho bicis, el Retiro y dos horas por delante para pedalear. Dos de nuestros Pablos no se habían traído bici y les tocó correr hasta la tienda de alquiler. Nos atendió un chico muy majo, -¡como no!- antiguo socio de Mizar.

Ya con todo el equipo sobre ruedas nos tocó superar el segundo escollo: en uno de los primeros findes con sol del año, el pulmón verde de la ciudad estaba colapsado por gente de todo tipo. Hizo falta poner en práctica la pericia ciclista del reducido pelotón, curtido en los carriles del Anillo Verde, para sortear a la masa. Cuando nos hubimos metido en las vías secundarias, el parque madrileño pareció duplicar su extensión en las vueltas y revueltas.

Cada esquina, cada quiebro y recodo fueron testigos junto a los pasivos viandantes de la velocidad de nuestras ruedas. Los de sexto nos tentaron para jugar unos minutos en la Chopera, pero tras unos momentos de tensión, declinamos la oferta para seguir quemando rueda y aprovechar hasta el último minuto del plan. Capitaneaba la comitiva a ratos Vicente, a ratos Juan. Los demás seguíamos la estela para visitar los lugares más señalados del Retiro: el Palacio de Cristal, el de Velázquez, el estanque… paradita para respirar y seguir el camino.

Ya a las siete y media estábamos en O’Donnell para devolver las bicis y seguir hasta Mizar, turnándonos las bicis para llegar a tiempo de una visita rápida a La Chapela: unas chuches y a casa. Un plan tranquilo, sencillo y completo que nos deja con ganas de más. ¿Quién sabe? Quizá podamos acabar nuestra vuelta al Anillo Verde.